Pensamos demasiado, sentimos muy poco y queremos entender el mundo que nos rodea a través de la razón. No digo que esto sea erróneo, pero sí que tiene que haber un equilibrio entre la razón y el sentimiento, entre lo espiritual y lo material, entre el saber y el ser, entre la primera y la segunda atención, en todo aquello que nos es conocido y aquello que pertenece a nuestro conocimiento ancestral.
Tenemos que estar abiertos a lo inexplicable, a lo que hay más allá de nuestra racionalidad impuesta, al enigma insondable que es el ser humano, a su parte misteriosa, a su sentido existencial, a su intemporalidad y, a lo que se nos presenta en nuestros más alocados sueños.
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Pensamos demasiado, sentimos muy poco y queremos entender el mundo que nos rodea a través de la razón. No digo que esto sea erróneo, pero sí que tiene que haber un equilibrio entre la razón y el sentimiento, entre lo espiritual y lo material, entre el saber y el ser, entre la primera y la segunda atención, en todo aquello que nos es conocido y aquello que pertenece a nuestro conocimiento ancestral.
Tenemos que estar abiertos a lo inexplicable, a lo que hay más allá de nuestra racionalidad impuesta, al enigma insondable que es el ser humano, a su parte misteriosa, a su sentido existencial, a su intemporalidad y, a lo que se nos presenta en nuestros más alocados sueños.